Miren cuánto nos ama Dios el Padre, que
se nos puede llamar hijos de Dios, y lo somos. Por eso, los que son del mundo
no nos conocen, pues no han conocido a Dios. Queridos hermanos, ya somos hijos
de Dios. Y aunque no se ve todavía lo que seremos después, sabemos que cuando
Jesucristo aparezca seremos como él, porque lo veremos tal como es.
Y todo el que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí
mismo, de la misma manera que Jesucristo es puro. Pero todo el que peca, hace
maldad; porque el pecado es la maldad. Ustedes ya saben que Jesucristo vino al
mundo para quitar los pecados, y que él no tiene pecado alguno. Así pues, todo
el que permanece unido a él, no sigue pecando; pero todo el que peca, no lo ha
visto ni lo ha conocido. Hijitos míos, que nadie los engañe: el que practica la
justicia es justo, como él es justo; pero el que practica el pecado es del
diablo, porque el diablo peca desde el principio. Precisamente para esto ha
venido el Hijo de Dios: para deshacer lo hecho por el diablo. Ninguno que sea
hijo de Dios practica el pecado, porque tiene en sí mismo el germen de la vida
de Dios; y no puede seguir pecando porque es hijo de Dios. Se sabe quiénes son
hijos de Dios y quiénes son hijos del diablo, porque cualquiera que no hace el
bien o no ama a su hermano, no es de Dios. Éste es el mensaje que han oído
ustedes desde el principio: que nos amemos unos a otros. No seamos como Caín,
que era del maligno y mató a su hermano. ¿Y por qué lo mató? Pues porque los
hechos de Caín eran malos, y los de su hermano, buenos. Hermanos míos, no se
extrañen si los que son del mundo los odian. Nosotros hemos pasado de la muerte
a la vida, y lo sabemos porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama, aún
está muerto. Todo el que odia a su hermano es un asesino, y ustedes saben que
ningún asesino puede tener vida eterna en sí mismo. Conocemos lo que es el amor
porque Jesucristo dio su vida por nosotros; así también, nosotros debemos dar
la vida por nuestros hermanos. Pues si uno es rico y ve que su hermano necesita
ayuda, pero no se la da, ¿cómo puede tener amor de Dios en su corazón? Hijitos
míos, que nuestro amor no sea solamente de palabra, sino que se demuestre con
hechos. De esta manera sabremos que somos de la verdad, y podremos sentirnos
seguros delante de Dios; pues si nuestro corazón nos acusa de algo, Dios es más
grande que nuestro corazón, y lo sabe todo. Queridos hermanos, si nuestro
corazón no nos acusa, tenemos confianza delante de Dios; y él nos dará todo lo
que le pidamos, porque obedecemos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y
su mandamiento es que creamos en su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a
otros como él nos mandó. Los que obedecen sus mandamientos viven en él, y él
vive en ellos. Y en esto sabemos que él vive en nosotros: por el Espíritu que
nos ha dado. 1 Juan 3
El apóstol Juan escribe a la iglesia de Jesucristo, para enseñarnos cuál es la diferencia entre un hijo de Dios, alguien que ha nacido de nuevo en Cristo, y otra persona que todavía no ha nacido de nuevo, aun cuando asista a alguna congregación o sea líder de grupo. Esa diferencia no está en cómo nos vestimos, donde nos congregamos, si hablamos en lenguas, si tengo algún ministerio, o si se vive trabajando en el templo.
La diferencia está en si se ama o no se ama al hermano, sin importar donde se congrega, o como se viste, o si cumple con los rituales eclesiásticos. La cosa es sencilla, si amo a mi hermano, soy de Dios, si no amo a mi hermano, no soy de Dios.
Esta carta del apóstol Juan, sirve como guía para auto examinarme y tener la plena seguridad que soy un hijo de Dios.
Los abraza en Cristo. P. Sosa.
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