¡Protección asegurada!
Dios mío, tú eres mi luz y mi salvación; ¿de quién voy a tener miedo? Tú eres quien protege mi vida; ¡nadie me infunde temor! Cuando mis malvados enemigos me atacan y amenazan con destruirme, son ellos los que tropiezan, son ellos los que caen. Me puede atacar un ejército, pero yo no siento miedo; me pueden hacer la guerra, pero yo mantengo la calma. Salmo 27:1-3
Vivimos en un mundo y una sociedad con mucha violencia, donde la vida humana no tiene ningún valor, angustias, miedos, temores, son sentimientos que acompañan casi continuamente a la mayoría de los seres humanos, estando solos, acompañados, o cuando deben tomar decisiones. También cuando tienen que realizar un trabajo, ante una enfermedad inesperada, al entrar a un lugar desconocido o enfrentar una situación complicada. Todas estas cosas producen miedos, temores o angustias a las personas. Los miedos y temores paralizan a la persona y no le permiten avanzar y terminan siendo esclavas de algo o de alguien, que les utilizan para su propio provecho.
El salmista habiendo atravesado distintas situaciones de peligros, inclusive de muerte, siempre ha tomado la decisión de refugiarse en Dios, ante los peligros que le asechaban para destruir su vida. Reconoce que puede confiar plenamente en el Dios Todopoderoso, sabe que Dios nunca le abandonará, que nunca lo dejará, que siempre le sostendrá con su mano poderosa, y así puede vivir y andar tranquilo, sin miedo y sin temor a nada. El pasado ya no cuenta por más triste que haya sido, en el presente camina seguro de la mano de Dios, y el futuro deja de ser una preocupación, porque sabe que allí también estará Dios para cuidar de él. ¡Qué seguridad! ¡Cuánta paz interior trae esto! ¡No se compara con nada!
Personalmente hace más de cincuenta años que tomé esta decisión de confiar en el Dios de los cielos, nunca me ha dejado ni me dejará. Puedo decir con el salmista; El Señor dirige los pasos del hombre y lo pone en el camino que a él le agrada; aun cuando caiga, no quedará caído, porque el Señor lo tiene de la mano. Yo fui joven, y ya soy viejo, pero nunca vi desamparado al hombre bueno ni jamás vi a sus hijos pedir limosna. A todas horas siente compasión, y da prestado; sus hijos son una bendición. Salmos 37:23-26
Espero que también usted haya probado lo maravilloso que es ¡confiar en el Dios viviente!
Los abraza en Cristo. P. Sosa.
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