¡Ojo, con las falsas enseñanzas!
Como ya te rogué al irme a la región de Macedonia, quédate en Éfeso, para ordenar a ciertas personas que no enseñen ideas falsas ni presten atención a cuentos y cuestiones interminables acerca de los antepasados. Estas cosas llevan solamente a la discusión y no ayudan a conocer el designio de Dios, que se vive en la fe. El propósito de esa orden es que nos amemos unos a otros con el amor que proviene de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera. Algunos se han desviado de esto y se han perdido en inútiles discusiones. Quieren ser maestros de la ley de Dios, cuando no entienden lo que ellos mismos dicen ni lo que enseñan con tanta seguridad. Sabemos que la ley es buena, si se usa de ella conforme al propósito que tiene. 1 Timoteo 1:3-11
En el mundo entero, las falsas enseñanzas siempre estuvieron y estarán, porque siempre habrá falsos maestros que quieren enseñar a otros, cosas que ellos mismos no han aprendido, aspectos de vidas que nacen de su propio corazón, sencillamente les gusta sin detenerse a pensar, si es bueno o es malo, si es saludable o destructivo, si ayuda o entorpece la vida de los oyentes. De estas personas y de sus enseñanzas hay que cuidarse, para no ser engañados y sin querer se aparten de la verdad del evangelio de Cristo.
Hablan y enseñan cosas que le son desconocidas para ellos, que solo tienen una vaga noción porque no han tenido esa experiencia de vida nueva en el Señor, sobre todo cuando se trata de aspectos de vida espiritual y de principios y valores que están arraigados profundamente en la palabra de Dios. Siempre hay que tener presente lo que el Señor Jesús dijo; por sus frutos serán conocidos.
Es por eso que el apóstol Pablo recomienda a su discípulo Timoteo, estar atento a esas falsas enseñanzas destructivas, a fin de que no sea dañada la comunión de la iglesia por causa de esas ideas hipócritas y legalistas de falsa piedad. Y esa misma palabra nos advierte hoy a nosotros, los creyentes en Cristo Jesús, para que tengamos cuidados de qué es lo que creemos, y a quien le estamos creyendo. ¿Cómo saberlo? Si lo que creemos nos edifica, conduciendo al respeto y el amor de los unos por los otros, es de Dios, en cambio si lo que se cree destruye, enfrenta y separa trayendo odio, amargura y resentimiento, eso no proviene de Dios. Porque lo que viene de Dios edifica, corrige, consuela y exhorta en amor, trayendo fortaleza y unidad al cuerpo de Cristo, que es la iglesia.
Los abraza en Cristo. P. Sosa.
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