Por historia, por geografía, por derecho, porque forma parte del
Territorio Nacional, porque está unida al Continente por la plataforma
submarina, nadie puede negar que fueron, son y serán argentinas.
Pero eso no alcanza para que sean nuestras en el verdadero sentido de
poder disfrutarlas. Pues debemos recordar y saber que, un día en la historia en
el año 1833, fueron usurpadas por el invasor extranjero que llegó de lejanas
tierras, quienes sin ser dueños por la fuerza se apoderaron de nuestras islas,
y aunque son argentinas están en manos del extranjero usurpador, quien le
dio la ciudadanía, su bandera, su idioma
y sus costumbres.
Es por eso que debemos continuar con los reclamos necesarios, hasta que
la podamos recuperar nuevamente, para que esa sangre derramada de nuestros
compatriotas alcance el propósito buscado, el de darle nuevamente a esa isla su
identidad y no sea un sacrificio inútil o sin sentido, estableciendo La Soberanía Nacional
sobre ellas.
Esto me lleva a reflexionar que al hombre, al ser humano nos pasó lo
mismo, pues por creación, por historia, por derecho, por habernos dado su
imagen y semejanza somos propiedad de Dios, le pertenecemos a El. Pero también
un día en la joven vida de la humanidad, llega el diablo, el maligno, el
usurpador quien no por la fuerza, sino por el engaño le quita la libertad que
el creador le había dado, haciéndole creer que ya no necesitaba de Dios, que
podía arreglarse solo y lo cautivó con su engaño. Y desde ese momento comenzó a
colonizarlo, dándole sus malas costumbres, su idioma perverso, la soberbia y su
actitud de rebeldía ante su Hacedor. Haciéndolo transitar un camino desconocido
para él, aparecen los problemas, la enfermedad, el sufrimiento, la violencia y
la muerte se instala en la vida del ser humano, como consecuencia del pecado
que entró a este mundo. Romanos 5:12
Y así como un día los jóvenes soldados argentinos fueron enviados a
recuperar las islas a precio de sangre y fuego. Las Sagradas Escrituras nos
cuentan que Dios también
un día por amor a su criatura, envió a su Único Hijo a este mundo, para que lo
rescate de manos del engañador, el diablo. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar
al mundo, sino para salvarlo por medio de él. (Juan 3:16-17)
En la
cruz del Calvario Jesús el Cristo derramaba su sangre en sacrificio, para de
esa manera pagar el precio que demandaba el pecado por usted, por mí y por cada
ser humano. Allí en la cruz Cristo cumplió esa misión que lo trajo a este
mundo, es por eso que las Escrituras dice; Cristo murió por todos, para que los que
viven ya no vivan para sí mismos, sino para él, que murió y resucitó por ellos. Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las
cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo. Todo esto es la obra de Dios, quien por
medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el encargo de anunciar
la reconciliación. Es decir
que, en Cristo, Dios estaba reconciliando consigo mismo al mundo, sin tomar en
cuenta los pecados de los hombres; y a nosotros, los que hemos creído en él
como nuestro salvador personal, nos encargó que diéramos a conocer este
mensaje. Así que somos embajadores de Cristo,
lo cual es como si Dios mismo les rogara a ustedes por medio de nosotros. Así
pues, en el nombre de Cristo les rogamos que acepten el reconciliarse con Dios.
Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa
nuestra, Dios lo hizo pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en
Cristo. (2 Corintio 5:14:21)
Démosle
la bienvenida a nuestra vida a ese Salvador que nos ama de tal manera que fue
capaz de dar su vida por usted y por mí. Y que resucito al tercer día para que
usted y yo tengamos el poder de cambiar nuestra actitud y manera de pensar con
respecto al reino de Dios.
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