miércoles, 3 de abril de 2019

Pensemos en lo que paso en la Islas Malvinas.




Por historia, por geografía, por derecho, porque forma parte del Territorio Nacional, porque está unida al Continente por la plataforma submarina, nadie puede negar que fueron, son y serán argentinas.
Pero eso no alcanza para que sean nuestras en el verdadero sentido de poder disfrutarlas. Pues debemos recordar y saber que, un día en la historia en el año 1833, fueron usurpadas por el invasor extranjero que llegó de lejanas tierras, quienes sin ser dueños por la fuerza se apoderaron de nuestras islas, y aunque son argentinas están en manos del extranjero usurpador, quien le dio  la ciudadanía, su bandera, su idioma y sus costumbres.
Es por eso que debemos continuar con los reclamos necesarios, hasta que la podamos recuperar nuevamente, para que esa sangre derramada de nuestros compatriotas alcance el propósito buscado, el de darle nuevamente a esa isla su identidad y no sea un sacrificio inútil o sin sentido, estableciendo La Soberanía Nacional sobre ellas.
Esto me lleva a reflexionar que al hombre, al ser humano nos pasó lo mismo, pues por creación, por historia, por derecho, por habernos dado su imagen y semejanza somos propiedad de Dios, le pertenecemos a El. Pero también un día en la joven vida de la humanidad, llega el diablo, el maligno, el usurpador quien no por la fuerza, sino por el engaño le quita la libertad que el creador le había dado, haciéndole creer que ya no necesitaba de Dios, que podía arreglarse solo y lo cautivó con su engaño. Y desde ese momento comenzó a colonizarlo, dándole sus malas costumbres, su idioma perverso, la soberbia y su actitud de rebeldía ante su Hacedor. Haciéndolo transitar un camino desconocido para él, aparecen los problemas, la enfermedad, el sufrimiento, la violencia y la muerte se instala en la vida del ser humano, como consecuencia del pecado que entró a este mundo. Romanos 5:12
Y así como un día los jóvenes soldados argentinos fueron enviados a recuperar las islas a precio de sangre y fuego. Las Sagradas Escrituras nos cuentan que Dios también un día por amor a su criatura, envió a su Único Hijo a este mundo, para que lo rescate de manos del engañador, el diablo. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. (Juan 3:16-17)
En la cruz del Calvario Jesús el Cristo derramaba su sangre en sacrificio, para de esa manera pagar el precio que demandaba el pecado por usted, por mí y por cada ser humano. Allí en la cruz Cristo cumplió esa misión que lo trajo a este mundo, es por eso que las Escrituras dice;   Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para él, que murió y resucitó por ellos. Por lo tanto, el que está unido a Cristo es una nueva persona. Las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo. Todo esto es la obra de Dios, quien por medio de Cristo nos reconcilió consigo mismo y nos dio el encargo de anunciar la reconciliación.  Es decir que, en Cristo, Dios estaba reconciliando consigo mismo al mundo, sin tomar en cuenta los pecados de los hombres; y a nosotros, los que hemos creído en él como nuestro salvador personal, nos encargó que diéramos a conocer este mensaje. Así que somos embajadores de Cristo, lo cual es como si Dios mismo les rogara a ustedes por medio de nosotros. Así pues, en el nombre de Cristo les rogamos que acepten el reconciliarse con Dios. Cristo no cometió pecado alguno; pero por causa nuestra, Dios lo hizo pecado, para hacernos a nosotros justicia de Dios en Cristo. (2 Corintio 5:14:21)
Démosle la bienvenida a nuestra vida a ese Salvador que nos ama de tal manera que fue capaz de dar su vida por usted y por mí. Y que resucito al tercer día para que usted y yo tengamos el poder de cambiar nuestra actitud y manera de pensar con respecto al reino de Dios.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario