viernes, 6 de diciembre de 2024

Estar justificado ante Dios.

¡Es algo maravilloso y saludable!

El Señor nuestro Dios conoce a cada persona en este mundo, no hay nada que se pueda esconder de él. Sabe de nuestro orgullo, de nuestra rebeldía contra él, de lo testarudo que somos, lo necesitado que estamos, pero que intentaremos mil maneras de solucionar nuestro problema, antes de acudir a él en busca de ayuda. Por eso dice;  Mis ojos están puestos en ti. Yo te daré instrucciones, te daré consejos, te enseñaré el camino que debes seguir. No seas como el mulo o el caballo, que no pueden entender y hay que detener su brío con el freno y con la rienda, pues de otra manera no se acercan a ti. Es tan grande su amor y misericordia por la persona, que con mucha paciencia y sabiduría, insiste en ofrecer su ayuda, pero sin obligar a nadie, sino que quiere que cada persona haga uso de su libertad para escoger lo que piensa que es bueno para ella. Dios está dispuesto para ayudar a quien lo necesite, pero espera con paciencia que llegue el pedido de ayuda de parte de la persona necesitada.

Toda persona quiere estar en paz con Dios, porque crea o no, un día tendrá que estar delante de él para rendir cuentas. Ahora bien, para estar sin culpa delante de Dios, hay que creer en Cristo, confesar a Dios el pecado y apartarse del mal.

Así se siente una persona que todavía no ha sido perdonada. Mientras no confesé mi pecado, mi cuerpo iba decayendo por mi gemir de todo el día, pues de día y de noche tu mano pesaba sobre mí. Como flor marchita por el calor del verano, así me sentía decaer. Pero te confesé sin reservas mi pecado y mi maldad; decidí confesarte mis pecados, y tú, Señor, los perdonaste. Por eso, en momentos de angustia los fieles te invocarán, y aunque las aguas caudalosas se desborden, no llegarán hasta ellos. Tú eres mi refugio: me proteges del peligro, me rodeas de gritos de liberación.

Así como hay dicha y felicidad en la persona al sentirse perdonada, nada es más doloroso y triste, que no reconocer, confesar, pedir perdón y apartase del pecado. Mientras la persona persista en esconder su pecado delante de Dios, no tendrá paz interior, tendrá angustia, tristeza, su cuerpo estará enfermo con dolores, que nada puede calmar. Es por eso que muchas veces la persona dice, Dios me está castigando, pero no es así, está sufriendo las consecuencias de no arrepentirse y pedir a Dios que la perdone. La biblia dice; el que encubre su pecado, no prosperará, más el que confiesa y se aparta, alcanzará misericordia. Por lo tanto no es necesario vivir en esa condición, para que seguir sufriendo teniendo la medicina al alcance de una oración sincera a Dios, hecha con el corazón en el lugar donde se encuentre. No es necesario contarle a nadie, no necesita ir a un determinado lugar, ni hace falta un intermediario. Las Sagradas Escrituras dicen; Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro gran Sumo sacerdote que ha entrado en el cielo. Por eso debemos seguir firmes en la fe que profesamos. Pues nuestro Sumo sacerdote puede compadecerse de nuestra debilidad, porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros; sólo que él jamás pecó. Acerquémonos, pues, con confianza al trono de nuestro Dios amoroso, para que él tenga misericordia de nosotros y en su bondad nos ayude en la hora de necesidad. Esto es lo bueno de tener un Sumo sacerdote en los cielos que nos representa ante el Padre celestial, Jesús es quien intercede por nosotros, ¡Qué privilegio!

Cuando la persona se acerca a Dios, reconoce y confiesa su pecado, es perdonada y quitada su culpa, le invade una sensación de paz y felicidad sin igual.

Feliz la persona a quien sus culpas y pecados le han sido perdonados por completo. Feliz el hombre que no es mal intencionado y a quien el Señor no acusa de falta alguna.
No debe existir felicidad más grande para una persona, como la de saber que delante de Dios está libre de culpa, porque sus pecados han sido perdonados. ¡Qué dicha tan grande! Es como si le sacaran una tremenda mochila que traía encima, cargando de por vida. Tal vez alguna no entienda todo lo que le está pasando, pero se siente diferente, puede dormir tranquila, sin temor, con gozo, sintiéndose amada, y lo único que puede decir es gracias Dios mío, gracias por tu perdón, gracias por tu misericordia, gracias Jesús por haber ocupado mi lugar en la cruz, gracias por tan grande salvación, que a ti te costó tanto, pero para mí es gratis, es por gracia. ¡Aleluya, Gloria a Dios!

Pero no se debe olvidar que; Los malvados tendrán muchos dolores, pero el amor del Señor envuelve a los que en él confían. Alégrense en el Señor, hombres buenos y honrados; ¡alégrense y griten de alegría! salmo 32.

Los abraza en Cristo. P. Sosa.

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