Así fue como nació Jesús, el Mesías: su madre, María estaba comprometida para casarse con José. Pero antes de que vivieran juntos, se supo que ella estaba embarazada. José era un hombre bueno y obediente a la ley de Dios. Como no quería acusar a María delante de todo el pueblo, decidió romper en secreto el compromiso.
Mientras pensaba en todo esto, un ángel de Dios se le apareció en un sueño y le dijo: José, no tengas miedo de casarte con María. El Espíritu Santo fue quien hizo que ella quedara embarazada. Cuando nazca el niño, lo llamarás Jesús. Él va a salvar a su pueblo del castigo que merece por sus pecados.
Cuando José despertó, obedeció al ángel de Dios y se casó con María. Pero no durmieron juntos como esposos antes de que naciera el niño. Y cuando éste nació, José le puso por nombre Jesús. Mateo 1:18
¡Qué grato acontecimiento! ¡Único! ¡Inigualable! ¡Irrepetible! ¡El Hijo de Dios, nacido de mujer! Ese niño que nació y fue acostado en un pesebre, fue creciendo en estatura y conocimiento de Dios, aprendiendo a vivir en esta tierra, obedeciendo a María y aprendiendo de José, escuchando a su Padre celestial, quien por medio de su Espíritu le iba preparando para la obra que vino a realizar en este mundo.
En esa condición de niño, todavía no estaba preparado para salvar a la humanidad. Necesitaba crecer y madurar, enfrentar todas las tormentas de la vida cotidiana, sin ser afectado por ellas. Mostrando el amor, la misericordia, y el poder de Dios ante situaciones conflictivas y dolorosas que los seres humanos atravesamos, como así también su obediencia y sujeción a los mandamientos de Dios el Padre. Manifestando el fruto del Espíritu en su diario andar, enfrentando las falsas acusaciones y trampas malignas, que los religiosos de su tiempo le querían imponer. Preparando a un grupo de personas para que estén con él, enseñándoles todo lo referente al reino de Dios. Escogiendo a los doce que serían sus apóstoles, de los cuales, uno fue quien traicionó a su Maestro y le entrego para que lo mataran. Sufrió el desprecio y la incredulidad de su pueblo, y el rechazo como el Mesías de Dios.
Aunque vivió todas estas circunstancia adversa, llegó al calvario integro, sin pecado, listo para dar su vida por la humanidad, como un Cordero sin mancha, dispuesto para el sacrificio redentor.
No es el niño Jesús quien salva a la persona. Es el Cristo crucificado quien salva al ser humano cuando con arrepentimiento se acerca a Él, reconociendo su pecado y su necesidad de ser perdonado. Tampoco es la religión quien otorga el perdón de pecados y la salvación, sino el Cristo resucitado, quien vive y permanece para siempre, y está sentado a la diestra de Dios padre, intercediendo por nosotros.
Jesús continúa diciendo hoy a todos los que se acercan a Él, Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Juan 8:11
Usted ¿Ya escuchó esas palabras liberadoras?
Los abraza en Cristo. P. Sosa.
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