Los maestros de la ley y los fariseos llevaron entonces a
una mujer, a la que habían sorprendido cometiendo adulterio. La pusieron en
medio de todos los presentes, y dijeron a Jesús: Maestro,
esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de cometer adulterio. En
la ley, Moisés nos ordenó que se matara a pedradas a esta clase de mujeres. ¿Tú
qué dices?
Ellos preguntaron esto para ponerlo a
prueba, y tener así de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y comenzó a escribir
en la tierra con el dedo. Luego, como seguían
preguntándole, se enderezó y les dijo: Aquel de ustedes que no tenga pecado,
que le tire la primera piedra.
Y volvió a inclinarse y siguió
escribiendo en la tierra. Al oír esto, uno tras
otro comenzaron a irse, y los primeros en hacerlo fueron los más viejos. Cuando
Jesús se encontró solo con la mujer, que se había quedado allí, se
enderezó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están? ¿Ninguno te ha condenado? Ella le
contestó: Ninguno, Señor.
Jesús le dijo: Tampoco yo te condeno;
ahora, vete y no vuelvas a pecar.
Juan 8
¡Qué fácil es acusar al otro! Somos rápidos para descubrir pecados
ajenos y condenar.
¡Cuánto cuesta reconocer errores propios! Somos especialistas en
cubrir nuestros pecados y decir que solo fue una “mala experiencia”.
En cambio Jesús primero escucha, no condena, tiene
misericordia, perdona y ordena un cambio
de actitud. ¡Ese es mi Dios y Señor!
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